‘Longlegs’: ¡Oh, es verdad! Orar no sirve para ni una maldita cosa
Antes de iniciar, quiero dejar claro que Longlegs no es una propuesta de terror como se concibe actualmente.
Es un horror que nos remonta al tiempo en que los guionistas y directores apostaban más por los demonios que se agazapaban en la psique del espectador, listos para salir en el momento que su puerta de terrores personales se abría en lugar de mostrar las obviedades de los lugares comunes para asustarnos. Suspenso sobrenatural y psicológico tradicional.
Longlegs, de Osgood Perkins, busca alterar al espectador sensible de forma sobrenaturalmente sutil pero segura al grado de dejarlo, en la mayoría de los casos, inquieto incluso después de que se prende la luz de la sala de cine. Y esto da como resultado dos casos opuestos en la respuesta que nos afecta el horror de manera individual: La amas o la odias; nada a medias tintas.
“ESTAS SON LAS COSAS QUE LAS NIÑAS NUNCA DEBERÍAN SABER”
Es decir, Osgood Perkins recupera, al igual que hicieron los hermanos Cameron y Colin Cairnes con Una noche con el diablo (2024), la esencia de las películas de suspenso psicológico de la década de finales de los años sesenta y los setenta donde el horror emanaba del interior del espectador una vez que el director manipulaba sus sensaciones y terrores más primitivos que involucraban incluso sus creencias religiosas para mantener la serenidad y sensación de seguridad.
Y en este caso, y marcando una distancia con la antes mencionada, Longlegs resulta más intrigante e inquietante al crear atmósferas lúgubres y desoladoras donde los personajes se mueven en ambientes grises y desolados donde no hay espacio para la esperanza o el cobijo de un entorno sano y salvo. Ambientes que manipulan la mente del espectador en un ritmo que no lleva prisa, que se toma su tiempo sin secuencias abruptas ni frenéticas; esto es más notorio en el segundo de los tres actos en que se divide la película.
“ERES SUCIA, DULCE Y ERES MI CHICA”
La trama, que nos recuerda la narrativa empleada en El Silencio de los Inocentes (1991) de Jonathan Demme o Se7ven (1995) de David Fincher fusionada con El Bebé de Rosemary (1968) de Polanski y Angel Heart (1987) de Alan Parker, es bastante sencilla de explicar:
El FBI busca atrapar a un asesino en serie activo desde finales de los años setenta que firma sus escenas como Longlegs; por lo que llaman a la agente Lee Harker (una grandiosa Maika Monroe) debido a su agudeza para perfilar los comportamientos persistentes de los asesinos como él. Pero lo que nadie sabe es la conexión del asesino con el pasado de la agente que trastorna no solo la investigación sino la vida misma de Harker.
Bajo esta premisa; Perkins nos lleva de la mano, con una impecable narrativa, valiéndose de una igualmente impecable fotografía, edición, música y sonido, por este intrincado laberinto de situaciones perversas y sanguinarias creadas por Longlegs (en la persona de un deliciosamente histriónico y retorcido Nicolas Cage) manipulando nuestra cordura en terrenos donde no terminamos de entender que está sucediendo porque los elementos sobrenaturales se mezclan perfectamente con la trama de corte policiaca detectivesca dejándonos desamparados hacia dónde dirigir nuestro entendimiento.
Y cuando creemos que estamos en el camino correcto de la trama, Perkins nos toma de las solapas para arrastrarnos a la oscuridad nuevamente y soltarnos en completa indefensión e incomprensión para dejar establecido que seguimos bajo su control. Tal como ocurre con el personaje de la agente Harker en las secuencias más críticas de la película.